AYAHUASCA
Cuando la planta tiene alrededor de tres ańos, los bejucos se multiplican y forman una intrincada marańa, en torno al árbol elegido como apoyo y cuando estos bejucos tienen más o menos un centímetro de diámetro, están aptos para ser cosechados. Al cosechar se corta el bejuco en trozos de diez centímetros, se los agrupa en pequeńos atados y se los pone a secar al sol; cuando están bien secos se los vuelve a cortar en cuatro partes cada trozo y otra vez se los amarra, formando nuevos atados muchos más pequeńos.
Para preparar el brebaje, se pone a hervir un atado en una olla que contenga unos doce litros de agua; a medida que hierve se va secando el agua y cuando solo quedan unos dos litros, se obtiene un líquido de color café oscuro y sabor amargo picante. Este líquido es envasado en botellas y almacenado hasta su posterior uso. Los indígenas que saben utilizar esta droga proceden a calentarla en bańo maría y sirven a cada persona solamente una pequeńa copa, para enseguida hacerles tomar un tazón de guayusa bien caliente.
Generalmente toman ayahuasca quienes quieren ver a sus parientes fallecidos, o desean conocer la cara del ladrón que les ha robado, o simplemente ver visiones. El indígena que oficia el ritual es el responsable de la vida de todos los que han ingerido la droga y la misma debe ser tomada después de un ayuno de por lo menos un día. Cuando alguna persona durante la ceremonia se siente morir, se le da como antídoto limonada caliente bien dulce para que cedan los efectos indeseables. Estos generalmente se manifiestan con una sensación de abotigamiento y borrachera. Al preguntársele los indígenas aseguran haber visto a sus parientes ausentes y fallecidos, así como también boas, tigres, enormes cocodrilos, monos gigantescos, etc. La acción de la droga dura aproximadamente unas tres horas, luego de lo cual va desapareciendo paulatinamente, pero la persona queda con el ánimo deprimido, es por eso que algunos tienen que provocarse el vómito para ir recobrando lentamente la normalidad. Esta costumbre de los indígenas de la amazonía fue adoptada también por algunos colonos.
EL DESEO DE LAS PIEDRAS
En uno de los recodos del río Jatun Yacu
(río grande) en el inicio de los tiempos, existían dos grandes piedras, la una
tenía el espíritu macho y la otra el espíritu hembra; eran enormes, de
procedencia volcánica y de un color rojo tostado, en los días de sol y garzas,
conversaban de sus sueńos y deseos. El río les había hablado del mar y ellas desde ese día ansiaban conocerlo, el yacu (río) burlón y juguetón las salpicaba de espuma.
Un día del mes de julio, el cielo se cubrió de densos y negros nubarrones, todo se oscureció de pronto como si fuese de noche; la gente de la comunidad vecina tuvo miedo, gritaban con la voz llena de pánico; una fuerte tempestad eléctrica, acompańaba al torrencial aguacero, tal parecía que había llegado el fin del mundo. Era como un gran diluvio que inundó las senderos e hizo crecer al río y un ruido descomunal se podía oír en la cabecera del Jatun Yacu. Al media noche todos abandonaron sus casa, para refugiarse en los terrenos más altos, pues la creciente como un torrente, había desbordado las aguas de su cause normal.
Ante el tremendo empuje del caudal y la corriente de las aguas, la piedra macho empezó a rodar lentamente por el lecho del río; en cada vuelta que daba podían escucharse las imprecaciones y la alegría del supay (demonio) que en ella habitaba. Era este un espíritu varón, desagradable y maligno, pero amado por el espíritu hembra que habitaba en la otra piedra.
Cuando por fin cesó de llover y empezó a bajar el nivel del río, la piedra macho, se encontraba en el Tereré, en Pańacocha , muchos kilómetros, abajo del río Napo y allí la piedra macho, espera el advenimiento de otro diluvio para llegar al mar. Cada ańo cuando llega julio, el Jatun Yacu crece enfurecidamente, hinchando su caudal como vientre de mujer preńada y en la oscuridad de la noche se oye el llanto de la enorme piedra hembra, que maldice su soledad y le pide al río que la lleve junto a su amado; varado allá ... en Pańacocha.
Un día del mes de julio, el cielo se cubrió de densos y negros nubarrones, todo se oscureció de pronto como si fuese de noche; la gente de la comunidad vecina tuvo miedo, gritaban con la voz llena de pánico; una fuerte tempestad eléctrica, acompańaba al torrencial aguacero, tal parecía que había llegado el fin del mundo. Era como un gran diluvio que inundó las senderos e hizo crecer al río y un ruido descomunal se podía oír en la cabecera del Jatun Yacu. Al media noche todos abandonaron sus casa, para refugiarse en los terrenos más altos, pues la creciente como un torrente, había desbordado las aguas de su cause normal.
Ante el tremendo empuje del caudal y la corriente de las aguas, la piedra macho empezó a rodar lentamente por el lecho del río; en cada vuelta que daba podían escucharse las imprecaciones y la alegría del supay (demonio) que en ella habitaba. Era este un espíritu varón, desagradable y maligno, pero amado por el espíritu hembra que habitaba en la otra piedra.
Cuando por fin cesó de llover y empezó a bajar el nivel del río, la piedra macho, se encontraba en el Tereré, en Pańacocha , muchos kilómetros, abajo del río Napo y allí la piedra macho, espera el advenimiento de otro diluvio para llegar al mar. Cada ańo cuando llega julio, el Jatun Yacu crece enfurecidamente, hinchando su caudal como vientre de mujer preńada y en la oscuridad de la noche se oye el llanto de la enorme piedra hembra, que maldice su soledad y le pide al río que la lleve junto a su amado; varado allá ... en Pańacocha.
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